miércoles, 11 de julio de 2012

Gloria y loor, honra sin par

Para un grande entre los grandes, el gran Juan Román Riquelme. O tal vez simplemente Román, porque los grandes jugadores, aquellos que trascienden la timorata definición del deporte más hermoso del mundo como un juego en donde hay que patear la pelota, también alteran los nombres propios.
Y eso es Román, un hombre (el vocablo jugador tampoco se ajusta a la verdadera dimensión de este fenómeno) que ha quebrado los moldes. Repasemos.
El joven Román debuta en el club de sus amores negando una oferta del archirrival de toda la vida. Así es, un joven prácticamente amateur rechazando un contrato profesional sólo porque él y su familia nacieron,  son y morirán hinchas de Boca (para la anécdota queda que la oferta de River era financieramente más seductora que la que luego le hizo Boca). Aquella tarde del 10-11-96, donde debutó con la azul y oro nos quedó grabada en las retinas. Pero también en nuestros oídos, porque promediando el segundo tiempo, el pichón de crack generó una música (la más maravillosa). El canto provenía del desgarrador grito de la hinchada boquense, su melodía era previa, de algún autor anónimo; su lírica era novedosa, renovadora e iluminaba un futuro, decía así: