miércoles, 4 de enero de 2012

El ovejero alemán

En función del interés despertado por el artículo anterior (ver “Fútbol en blanco y negro”), El fútbol que queda procede con el segundo lanzamiento de sus investigaciones sobre aquellos hombres que escribieron la historia del balompié en estas tierras.
El revisionismo histórico esta vez nos lleva a sumergirnos en la apasionante historia de Franz Friedrich. Un muchacho, casi como cualquier otro, que supo convertirse en una de las figuras más relevantes de lo que se llamó la inmigración alemana sobre las tierras del cono sur. Con el fin de ubicar al lector en el contexto de la época, señalamos que la también llamada “oleada germana” no era más que un grupo de nazis refugiados huyendo de la guillotina hacia lugares poco frecuentados donde no pudieran encontrarlos ni el FBI ni la KGB; por ello es que Franz prefirió Villa Martelli en lugar de Once o Villa Crespo.
Nacido en Köln en 1918, arribó a Buenos Aires un mes más tarde que la mayoría de sus compatriotas, debido a que en ese momento los vuelos hacia sudamérica estaban en temporada alta y Franz deseaba ahorrarse algunos marcos para la posteridad.
Con su limitado castellano, los primeros días no fueron sencillos para Franz, quien fue rebautizado como Francisco o Pancho por sus nuevos vecinos y amigos. Sin embargo, la prosperidad de la pujante ciudad porteña le facilitó la integración en sociedad y su inserción en el mercado laboral. A los pocos días de instalarse obtuvo su primer labor como boletero. Su experiencia en el Ferrocarril Central Argentino fue sumamente efímera, ya que fue despedido porque los pasajeros no entendían cuando Franz les hablaba por el altoparlante (le costaba mucho pronunciar la palabra ‘demora’).
Sin embargo la estatización de los ferrocarriles y el repudio incesante que profesaba sobre la bandera inglesa le brindaron la posibilidad de reincorporarse al, en ese entonces, Nuevo Ferrocarril Mitre. Consciente de sus limitaciones, esta vez solicitó el puesto de chanchero.
En una de sus habituales recorridas por los vagones solicitando pasajes, arribando a la estación de Retiro Franz tropezó con un joven que portaba un boleto hasta Belgrano R. Algunos dicen que el destino quiso que ese hombre fuera Johann, un fiel ladero del regimiento XII de infantería. Tras unos fervorosos saludos y discusiones sobre dónde se podía conseguir el mejor chucrut de Buenos Aires, Johann le comentó que en esta nueva vida estaba defendiendo los colores del club Chacarita Juniors. Maravillado con las historias de Johann, y sobre todo con la posibilidad de jugar el clásico contra “esos judíos de mierda Atlanta”, Franz apuntó los datos de Johann y del club para asistir a una selección de nuevos talentos. Pese a esto y fiel a su rígido estilo nazi-alemán, le cobró la multa a su amigo por no tener el boleto en regla (en sus crónicas, Johann dirá que lo sobornó con unos caramelos media hora, pero sabemos que no fue así).
Luego de una exitosa prueba en el club funebrero, Pancho Friedrich hizo su debut en el partido que Chacarita venció a Deportivo Armenio por dos goles contra uno, en donde marcó un gol, pero en contra de su propia valla. No obstante, los dos puntos (en aquella época el vencedor obtenía dos puntos y no tres) parecieron camuflar su error. Esto fue así para los hinchas y la prensa, pero no para el entrenador, quien para su desgracia, lo excluyó del equipo por tres meses.
La dirigencia le propuso un arduo entrenamiento en las sierras cordobesas, el cual se vio interrumpido cuando Franz conoció el cuarteto y el Fernet. Sus desventuras, propias del desarraigo, no alcanzaron a condenarlo debido a que los propios dirigentes se involucraron en el caso, y tras algunas charlas con los medios y la policía cordobesa pudieron limpiar de culpas a la joven promesa germana. El cuerpo técnico jamás supo de su alocada estadía en las sierras y el alemán volvió a vestir la casaca tricolor en el empate en cero frente a Ferro Carril Oeste.
Esa tarde en Caballito empezó a tejerse el idilio entre la hinchada funebrera y el ex combatiente. Transcurría el tiempo de descuento cuando, tras un córner desde el costado derecho, Raúl Cordon (abuelo del Gordo Cordon) cabeceó al palo izquierdo de un arquero ya vencido. Cuando todo el estadio gritaba gol, apareció Franz en toda su grandeza, interrumpiendo el balón con la mano sin que el árbitro se diera cuenta. El partido terminó en escándalo y los hinchas locales acecharon al árbitro y al plantel de Chacarita. Allí, el guardián de la esvástica hizo gala de su reputación desenfundando una pistola Whalter P-38 y cagando a tiros a todo el mundo.
Desde aquel episodio en cancha de Ferro, el entrenador mantuvo a Franz como el centroforward titular de la squadra, aún a costas de su magra cosecha de cuatro goles en treinta y dos partidos.
Transcurrido el campeonato, Chacarita Juniors accedió a la clasificación al ascenso directo en una apasionante final frente a Deportivo Italiano. Aquel recordado día (entre otras cosas porque hicieron 35 grados y el partido se disputó en Junio), Franz comenzó entre los suplentes y saltó a la cancha tras el entretiempo. Los noventa minutos habían finalizado con el marcador igualado en dos tantos. Se jugaría una prórroga. Las energías escaseaban y ambos equipos habían agotado sus cambios.
Fue esa jugada la que construyó el mito. Se recordará por siempre. Pareciera que fue el destino, porque la jugada también comenzó a la salida de un córner sobre el costado derecho (aún no se sabe si el destino obró a favor del córner o del costado derecho), fue allí cuando apareció el portentoso soldado alemán haciendo la diferencia. Su experiencia en estrategias de guerra le permitió vislumbrar lo que pocos habían visto hasta ese entonces, el rival jugaba con su arquero suplente en cancha y Franz hizo lo que tenía que hacer –y lo hizo rápido-, en lugar de ir al balón corrió directamente hacia el portero y le pegó un fulminante planchazo en el pecho. Gritos de dolor y tumulto. El referí cobró falta en ataque y regañó a Frank, quien se hizo el boludo diciendo “no entiendo, no hablo español”. Con el arquero con un edema pulmonar y las costillas fracturadas, sumado a que el equipo rival se había quedado sin cambios, un jugador de campo tuvo que hacerse cargo de custodiar el arco. Esto resultó muy sencillo para el equipo funebrero. A la segunda jugada patearon de mitad de cancha y marcaron un gol muy estúpido.
Tras el pitido final todo fue jolgorio y alegría, Franz fue aclamado por la multitud y llevado en andas por compañeros e hinchas. En contraposición, el arquero fue llevado en camilla por enfermos hasta el Hospital Pirovano (ahí en Monroe).
Después del título, el centroforward se tomó vacaciones y nunca más regresó. Su paradero se desconoce, y aunque algunos atestiguan haberlo visto paseando perros en el sur del Gran Buenos Aires, la hipótesis más sólida indica que volvió a Córdoba, extrañando su patria y sumergiéndose en la bebida tras una nueva crisis de desarraigo.

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